domingo, 21 de noviembre de 2010

puntos malditos

De cómo a veces los puntos nos complican la vida.






 
Un simple punto

¡Uy! un mensaje. Seguro que es de él. A ver... “si puedes b”. Mmmmmm, qué extraño, si puedes b. ¿Será que quiere que vaya? Seguro. Después del chateo de ayer, más claro no le pude dejar las ganas que tengo de conocerlo. Y es que ya está bien de tanto mensaje y tanto chateo y tanto ‘correito’. Estoy harta. ¿Qué hago? Voy a llamar a Marisol, a ver qué me cuenta.
- Siii...
- Hola Marisol ¿qué tal?
- Lola cariño ¿cómo estás?
- Pues mira hija, te llamo porque estoy hecha un lío.
- ¿Y eso?
- Te acuerdas de que te hablé de un tío que conocí en el chat...
- Sí el de los mensajitos.
- Sí ese. Pues resulta que me acaba de poner uno, ¡agárrate! dice: si puedes ve, pero con b de Barcelona.
- ¿Que vayas? ¿A dónde? ¿Y lo de la b?
- Será por abreviar que eso se hace mucho con los móviles. Verás, yo creo que tiene que ver con la conversación que tuvimos ayer en el chat. Estábamos lanzadísimos, bueno, por lo menos yo es que me salía. Me habló de un bar de copas “La caña de España” que suele frecuentar a estas horas, y, verás, ya sabes como es lo del chat que escribes mucho pero no dices nada, así que yo me hice la pánfila interesada con que si podría ir y conocerle algún día...
- Y qué te dijo
- Pues chica me caí. Y cuando volví a conectar él ya no estaba. Pero me había dejado un correo: que tenía prisa, que no podía seguir y que me escribiría.
- ¿Y no te ha escrito?
- El mensaje de hoy nada más.
- Pues no sé qué decirte. ¿Cómo era el mensaje?
- “Si puedes ve”. Para mí está muy claro, será que vaya a ‘La caña’. Ahora mismo le pongo un “voy” como una catedral.
- Bueno, total no pierdes nada. Ya me contarás. Llámame cuando vuelvas que estaré en ascuas.
- Vale Marisol guapísima, te llamo luego y cruza los dedos. ¡Uf qué nervios!

Minúsculo el punto ¡maldito punto!. Una hora aquí esperando. Nerviosa. Intrigada y más nerviosa. Expectante y cagada. Finalmente tonta, mirando a todo el mundo con cara de... tonta. Y todo por ese punto... Pero desde luego el tonto es él, tanto mensaje, tanto mensaje, y no saber dónde debe poner un punto. Y va el muy capullo y me escribe otro, también sin el punto maldito: hoy no puedo b. ¿No puede b?
- ¿Dígame?
- Hola, estoy aquí, en La caña.
- Si, pero ¿quién llama?
- Mira soy Lola, bueno mejor dicho la Bellaflor del chat.
- ¡Andaaaaa qué sorpresa¡ te acabo de poner un mensaje.
- Ya lo he visto. Sin punto.
- ¿Cómo que sin punto?
- Pues que yo he venido pensando que me habías dicho que viniera en tu mensaje que cito textualmente: si puedes ve en lugar de; sí puedes. B. Y mira, lo del acento pase, pero que, claro, el paseo y el plantón me los habría ahorrado si tuvieras dos deditos de cerebro y se te hubiera ocurrido poner el punto donde debías ponerlo, Bernardo, o Bartolomé o batracio o ¡como quiera que te llames!
- ¡Pero chica tú estás loca!
- Mira ni loca ni nada, lo que tienes que hacer es aprender a escribir ¡so capullo¡
- Oye sin faltar eh, que me parece que sí eres una cabra loca y estás más salida que las patas de los bancos y con tal de echar un polvo eres capaz de ...
- ¿Cómo?, además de todo ¡puta! Si aquí el único cabrón descerebrado que hay eres tú, que mientras chateabas conmigo estabas en otra ventana con ”Amanda”, a ver si caía alguna breva. Claro que la estúpida breva soy yo y he caído pero a plomo. Pues ¡ándate con cuidado!
- Tú lo has dicho puta más que puta que ya me dijo “Tom69” que no parabas de preguntarle que cuánto le medía la polla.
- ¡Cabrón¡ ¡Hijoputa!
- ¡Guarra! ¡Ninfómana!
- ¡Mamarracho!
- Click


Otro punto

Estoy fregando los platos. Un poco pedo de un porrito que me fumé hace un rato. Ya sabéis, con ese punto flipado que te hace percibirlo todo distinto, desde el otro lado, el punto g, el guay.
Y bueno... qué os voy a decir... os hablaré del estropajo y la espuma del fairy y sobre todo de la bayeta, que la estoy mirando con recelo porque tiene minúsculas partículas de yo qué sé qué  y, claro, cuando el fairy es antibacterias por algo lo será ¿no?

Pues el maldito punto que me ha dado con eso de las bacterias. Enjuago, estrujo,  escurro y vuelvo a enjuagar, y vuelta a empezar, estoy totalmente arrebatado. Con dos gotitas de nada me está cundiendo que no veas y la espuma sale que sale sin fin de la maltrecha ballerina como por arte de magia, de anuncio. Lo mejor con mucho de este fregado casi clínico es lo que me pone el olor. Es que da gusto. ¿No será malo?

Ahí dejo un vídeo en construcción que continuará a petición popular jejejeje.



domingo, 14 de noviembre de 2010

interurbanos

 
Trayectos, encuentros, desconocidos.

Cojo el metro de vuelta a casa, estoy cansado y al entrar al vagón busco algún asiento libre con la mirada. A la derecha hay uno vacío junto a un chico que me mira con ojos sonrientes. Con la sensación de estar huyendo voy hacia la izquierda, donde hay otros asientos libres. Entre los ojos sonrientes y yo, un matrimonio extranjero, de pie, revisan un plano del metro buscando una estación.  A través de ellos puedo ver una parte de la cabeza del chico, el pelo rojizo, girando hacia mi dirección, pero el matrimonio nos impide la visión completa. Veo sus zapatillas deportivas y una bolsa de viaje. Él verá mis zapatos, los vaqueros oscuros ajustados, mi cabeza recién rapada.
Pasan dos estaciones y vamos rumbo al más allá de las miradas. Las zapatillas se mueven, una mano ase la bolsa que se eleva, de detrás del marido surge completa la figura del chico pelirrojo. Se apoya contra la puerta me mira abiertamente y sonríe. Yo desvío la mirada un instante, vuelvo a mirar y el sigue mirando y sonriendo. Sonrío con timidez intentado no mostrar complicidad. Entonces el chico se acerca y pregunta, primero al matrimonio ¿españoles?, ellos dicen que no y luego me pregunta a mí, que digo que sí. El chico ahora suelta la bolsa, y con acento italiano empieza a cantar y a dar palmas. No entiendo al principio lo que dice, pero a la tercera repetición ya sí, está cantando a voz en grito ‘españoles… fútbol club maricones’ una y otra vez. Se detiene y me intenta hacer comprender lo que está diciendo, que son unos maricones ¿no? Un poquito ¿no?, los italianos cincuenta por ciento y los españoles… cincuenta y uno por lo menos ¿no?. Vuelve a cantar lo mismo y ya el tren llega a la estación. Antes de salir se me acerca y con su sonrisa pecosa y alejada de la realidad, me extiende una mano cuya piel siento mucho más rugosa de lo que hubiera podido imaginar. 






<El pasillo es muy largo. A las ocho de la mañana vamos y venimos todos los solitarios desconocidos de todos los días, recorriéndolo silenciosos, sólo se escucha el rumor sordo y amorfo de nuestros pasos. Pero hoy no, hoy ella se acerca, transparente e invisible entre todos, no puedes localizarla, pero sabes que está allí, al otro extremo del pasillo, con sus zapatos de tacón asimétricos, su caminar asimétrico, su tac TAC, tac TAC que se aproxima percusiva e insistentemente, y tienes la necesidad de descubrirla entre la masa de caras que vienen en tu dirección y pasan de largo. El tac TAC está ahí mismo, a tu lado. Te detienes en mitad del pasillo, te empujan por la derecha y por la izquierda, y no la localizas, el tac TAC ha cambiado de tono, como las sirenas de las ambulancias cuando se alejan. Te vuelves y escudriñando entre las piernas alcanzas a ver los zapatos subiendo ya las escaleras del fondo del pasillo. Seguro que a uno de los dos tacones le falta una tapa.>

Iba en el autobús de vuelta del trabajo en uno de esos autobuses gusano con asientos enfrentados. El chico, de unos quince años, se sentó frente a mí.  Tenía bastantes piercings impresionantes a la vista en cejas, mejillas, nariz y labios. Los lóbulos de las orejas horadados por un gran anillo cada una, tan grandes que pensé que se lo habría hecho desde pequeño como en alguna tribu africana.
Yo leía un libro y nos mirábamos de soslayo, él estaba muy serio.  Su aspecto era verdaderamente fiero. Y entonces, para desbaratarme el prejuicio que iba tomando forma en mi cabeza, sacó un libro de texto del bolso que había dejado a su lado. Repasó algunas párrafos que estaban subrayados y luego, sacó un cuaderno de espiral y fue pasando las hojas llenas de apuntes hasta llegar a la que le interesaba. Acto seguido sacó de un estuche, un bolígrafo y un lápiz, hizo anotaciones en el cuaderno, subrayó en el libro de texto, borró y volvió a anotar aquí y allá, sin dejar de mirarme por el rabillo del ojo. Yo empecé a pensar en hacer algunas fotos  de tenedores pinchando los redondos agujeros de la mesa.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

la mesa está servida


pincha que pincha, he pinchado los tenedores en los agujeros de las mesas y se han mantenido en equilibrio difícilmente.