La idea de un viaje a Portugal, para relajarme en un pequeño
pueblo al norte de Lisboa, mirando al Atlántico y dejar atrás el estrés las
preocupaciones y el insomnio me pareció ideal. Lo necesitaba después del
terrible mes de julio pasado. Quién podía suponer que en esos días oceánicos, tan lejos de mi
hogar, apartado de todo, el misterio y
el terror me llevarían hasta el borde de un negro y trágico abismo…
Nada de todo esto podría desprenderse de mi primera visión
del seductor horizonte azul.
Mucho menos de la puesta de sol con la que el
océano me recibía, la playa y el espolón del pueblo que se engalanaron para
enamorarme a primera vista.
Pero sí me dio que pensar una figura encapuchada que asomaba
su cabeza de entre las sombras del atardecer para mirarme con disimulo.
Con la mosca detrás de la oreja y la sensación de ser vigilado,
volví al apartamento por las tranquilas calles del pueblo marinero. A la mañana
siguiente me dispuse a disfrutar de mi primer día de playa.
Cientos
de gaviotas parecían estar esperándome y al acercarme a ellas levantaron el
vuelo silenciosamente.
continuará...
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