martes, 7 de febrero de 2012

PARA REIR



Mi quitómetro hoy me ha recibido nada más encender el ordenador, con un mensaje de felicitación porque he dejado de fumar 1.000 cigarrillos, me he ahorrado 200,00 € y ya son 40 días sin fumar. qué requetebién!
 
Lo único que tiene de malo es que tengo hambre a todas horas y en todas y cualquiera de las circunstancias que se me echen.
 
Nunca antes había viajado con tantas bolsas de la compra a la salida del trabajo y es que me meto en el súper, por ejemplo, a comprar leche y salgo con varias bolsas a reventar, repletas de todo lo necesario para sobrevivir a un par de guerras civiles.
 
 
Esta semana sin ir más lejos y por comprar unos tomates, llegué a coger el autobús en moncloa, cargando con dos atestadas bolsas en cada mano que me trepanaban las falanges por tanto peso. quiso el destino que el conductor del autobús fuera un chico muy simpático y sonriente que le encanta pisar a fondo el acelerador y aterrorizarnos y recolocarnos en los asientos a base de frenazos y acelerones. no me di cuenta de que era él y coloqué las bolsas, dos en el suelo y dos en el asiento contiguo al mío, y me puse a leer tan ricamente.
 
en un momento del trayecto sentí una sacudida y levanté la vista para ver, con acojone, como se nos atravesaba un porsche al que irremediablemente nos íbamos a tragar porque íbamos a toda pastilla. el simpático conductor pisó a fondo el freno esta vez, el motor emitió unos rugidos por el esfuerzo al que se vio sometido y mis dos bolsas cayeron estrepitosamente al suelo del pasillo del autobús desparramando la mitad de mis compras lo cual multiplicó el peazo susto que nos llevamos todos. allá fueron rodando unas cebollas, una lata de guisantes hasta el asiento del conductor, otras de judías verdes recorrieron todo lo largo del pasillo hasta chocar con los pies de un señor, la margarina salió despedida con los yogures y una bolsa llena de cabezas de ajos volando… todo un numerito vamos. menos mal que todo quedó en eso, aunque para mi vergüenza, un chico guapísimo me ayudó en la recolección mientras yo murmuraba tierra trágame con las olorosas cebollas en la mano.


Es para reir, sí, pero ahora que lo cuento, porque en el momento pues lo pasa uno regular. 

Hace muchísimos años, cuando me independicé por primera vez de la casa paterna, alquilé la mitad de un piso inmundo en la calle libertad. No tenía lavadora de modo que llevaba y traía la ropa sucia a casa de mis padres en cada visita semanal. A la vuelta de una de aquellas visitas con un bolso de viaje lleno de la ropa limpia, me pasé por El Corte Inglés a  comprar un par de cosas en el supermercado. Y tuve una tentación, pero como no soy nada buen prestidigitador, ya se ve en la fotos, pues me pasó lo siguiente con una bandeja de...



Carne picada

Acompáñeme, me dice un señor todo trajeado y, como para sí, va y murmura -alfa, uno, alfa, cuatro- muy siniestro, por lo bajini y es que se lo dice al micrófono que lleva colgando como un collar, y me coge del codo, haciéndome presa con la mano creyendo que voy a escabullirme, pero yo voy mansamente hacia el cuartillo y eso que sé que me espera pasar un rato en el que cualquiera se moriría de vergüenza, porque en la bolsa de deporte llevo un juego de sábanas, cuatro calzoncillos, otras tantas camisetas y varios pares de calcetines hechos pelotas, y entre ellos la bandeja con los tres cuartos de kilo de carne picada de ternera, pero me crezco y me hago el digno y me pongo hasta caradura mientras me hace la ficha el del traje y casi me da la risa cuando otro señor que ya estaba allí, despliega las sábanas encima de los papeles de la mesa y busca etiquetas en el montón de ropa y como no ve ninguna mira al del traje, que me está leyendo un plomazo de cartilla muy seriamente y que, de vez en cuando, se lleva la mano al oído y se escuchan chisporroteos a los que contesta con otras tantas alfas susurradas y aunque estamos los tres a punto de partirnos el culo, porque no es para menos, ellos aguantan la carcajada y me interrogan hasta que llega la pregunta clave que es que por qué he robado la carne picada y yo sólo puedo encogerme de hombros, porque no tengo respuesta, porque qué voy a decir, si lo que me gusta es robar y me meto en la bolsa lo que se tercie, con tal de salir por las puertas automáticas con el botín sin que me pillen.